jueves, 26 de junio de 2014

Tarántula.

Es pasada la medianoche y aun no puedo dormir. Afuera, el viento azota con furia inconsciente las ramas de los árboles contra la ventana de mi habitación. Hace ya más de una semana que no ha parado de llover, pero no es una lluvia cualquiera: en días no ha dejado de verterse la lluvia sobre la ciudad en la que he crecido. No puedo recordar cuándo fue la última vez que llovió con una intensidad parecida. O tal vez si...

Creo que fue en el cumpleaños número 12 de mi hermano mayor. Domingo, siete de la noche. La fiesta fue particularmente divertida, no recuerdo haber asistido a una fiesta semejante, pero a eso de las seis el viento empezó a soplar, y el cielo que mostraba una que otra nube de pronto se vio completamente abrigado por ellas. Media hora después una lluvia torrencial cayó sobre Pánuco aquel día, nos fuimos a casa de mi abuela materna para pasar a saludarlos antes de volver a casa (la fiesta había sido en la segunda casa de los abuelos a los que estábamos visitando), y lo que probablemente recuerde con mayor añoranza fue la sorpresa que me dio mi hermano: Me devolvió una máscara que yo le había regalado. Era de un hombre- lobo, pero brutal, distinta a cualquiera que hubiese visto. Mi papá me la trajo de regalo, pero se rompió con el tiempo. Entonces yo se la regalé a mi hermano así como estaba (es uno de los actos más detestables que recuerdo haber cometido), pero mi abuela la arregló con su máquina de coser, y la máscara quedó con una cicatriz que ligeramente deformaba su rostro y la hacía ver más aterradora. Por siempre me arrepentí de haberla regalado, y ahora él me la devolvía...

Aquella vez fue la última ocasión en que llovió tan fuerte como ahora, y creo que esta lluvia la ha superado con creces. Pero eso fue hace ya casi trece años. Ahora tengo veintidós, estoy acostado en mi cama sin poder conciliar el sueño (no debí tomarme ese café por la tarde), con un libro en mi regazo, tratando de cansar mi vista. Arrojé el libro a un lado de la cama y me puse a contemplar el techo de mi cuarto. Blanco, ahora un poco más sucio, casi color gris, puedo ver las motas de humedad donde el agua ha trasminado, pero sin escurrir. Entonces sitúo mi mirada hacia el interruptor que se encuentra frente a mi cama a unos tres metros, y ahí está: una tarántula.

Es grande, casi puedo asegurar que su cuerpo sin contar las patas es del tamaño de un plato para tomar el té. Puedo ver que sus patas son coloridas, de una tonalidad naranja cobriza, mientras que su cuerpo es negro pero, no, no es negro, un ligero movimiento de mi cabeza me permite vez que el reflejo de la luz le da un tono de azul cobalto, como las plumas de cuervo, o como el pelaje de una pantera. De más está decir que nunca había visto una araña con estos colores.

De todos los animales que pululan por este planeta, las arañas no me agradan mucho, no les temo, porque puedo agarrarlas con la mano mientras no sean muy grandes, pero las tarántulas son punto y aparte. El verlas me da escalofríos, creo que es debido a que son tan lentas, pero a la hora de atacar son letalmente rápidas, levantando sus patas delanteras en una pose atemorizante que dice: “Soy grande, soy mala, y sé que te doy miedo”.

La muy maldita está justo al lado del interruptor, no puedo levantarme a apagar la luz, y de todos modos hacerlo sería la peor idea que podría tomar dado el miedo que les tengo. Entonces me doy cuenta que mi miedo me tiene atrapado, porque la puerta de salida también está en esa dirección, justo al lado de la araña. Y no tengo nada a la mano para derribarla, nada que me sirva como un buen y sólido proyectil. Ahora mismo lamento no haber elegido leer una Biblia, no porque la fe me brindaría valor para salir, sino porque es un libro tan pesado que me permitiría aplastar a la maldita tarántula contra la pared, aunque tal vez después pagaría una condena peor al morir.

Me cubro bien el cuerpo con la sábana como un acto reflejo para protegerme contra los monstruos que, además de ser grandes, feos y hambrientos, también son imaginarios. Pero no importa, me hace sentir mejor, y ahora solo veo fijamente a este animal, esperando ver un indicio de movimiento, alejarse un poco más del marco pero no lo demasiado como para quedar oculta entre toda la basura que está en mi cuarto.

La estoy mirando fijamente, casi sin parpadear, y entonces mueve sus quelíceros de una forma que me enfría la piel, como frotándose las manos en un acto que denota malicia. Y parece que empezará a moverse pero, no, no lo hace, solo se mueve para quedar con sus patas delanteros apuntados hacia abajo. Y entonces me doy cuenta que también me está mirando, no puedo explicarlo pero lo sé, y no me gusta. Ella puede verme con seis ojos, yo solo con dos, ella puede ver más de lo que yo puedo, tal vez esos ojos extra le permitan ver más allá de mi cuerpo, más allá de mi alma, tal vez le permitan ver mi miedo.

Tonterías, el miedo me está empezando a dominar, casi como si cayera en su red. Pero es discutible si puedo o no puedo levantarme, lo que sí es definitivo es que debo salir de este cuarto, prefiero estar en un cuarto solo y oscuro que en uno iluminado con este animal. La tarántula comienza a moverse con un poco de agitación, como si algo estuviera dentro de su cuerpo. Sus patas se mueven con vehemencia, como si tiraran de ellas, hasta que empiezo a ver como se alargan y se tornan puntiagudas, perforadoras, y casi puedo entender a la pared, casi siento como hiende sus patas en su tez de cemento y maquillaje de pintura. Y ahora veo como sus colmillos asoman por debajo de su cabeza, como si los sacara y mostrara, presumiéndolos. Pero no, no es que estén asomando, se están alargando, poco a poco. A esta distancia podría decir que miden casi siete centímetros de largo cada uno.

Esto es estúpido, no puede estar pasando, porque las tarántulas no mutan, no se convierten en estas aberraciones, esto no es más que un juego mental que mi mente, mi estúpida mente trata de aplicar. Me siento traicionado, tantas veces que puse mi confianza en mi conocimiento, en mi entendimiento de la lógica para que al fin y al cabo ahora me dé la espalda y me muestre una realidad distorsionada, que me presente la imagen espeluznante de un animal que ahora se está convirtiendo en una pesadilla que se alimenta de moscas.

Entonces empiezo a escuchar un sonido extraño, suena viscoso, como de algo moviéndose entre la carne, algo reptando por salir. Miro a todos lados de la habitación, y al volver la vista al frente veo algo que me aterroriza: algo está saliendo de la espalda de la tarántula, pero no a través de su cuerpo, sino como... como si estuviese plegado y ahora se liberara. Empieza a tomar forma y...

Me cuesta trabajo ahogar el grito que se aloja en mi pecho, que lucha y se debate por trepar por mi garganta e irrumpir en la habitación. A la tarántula le han salido alas. Alas de insecto, con membranas rojas, parecidas a las de una libélula, pero de un color verde metalizado, como de escarabajo. Y entonces comienza a aletear, a generar ese zumbido que se provoca en el roce de las alas de los insectos, pero no me suena a un zumbido normal, suena casi metálico, como hojas de acero pulido que se rozan, que crean una fricción desagradable, que me resulta imposible de tolerar, unas alas de metal que no sacan chispas, pero que si están destrozando mis nervios con su férrea fricción.

Ya no me importa nada, la lluvia, el viento, los rayos que cruzan el cielo cual saetas de plasma, nada me importa, solo quiero salir de aquí, y ya no me importa, saldré corriendo de este cuarto tan rápido como pueda, es muy probable que la tarántula ni siquiera me preste atención. Pero en el fondo sé que eso no pasará. Y mientras trato de liberarme del agarre de mis sábanas empapadas de sudor, un rayo fragmenta el cielo, y entonces mi cuarto se queda a oscuras. Segundos después el trueno anuncia su llegada con un rugido que retumba entre los árboles. Tiemblo tan tenuemente, de forma tan rápida que casi siento correr la electricidad por mi piel, a punto de dispararse por la punta de mis dedos.


Sigo escuchando el aleteo metalizado, aun sigue allí, pero no puedo verla. De pronto, el aleteo aumenta de intensidad. Ya desplegó el vuelo...

sábado, 4 de enero de 2014

Umbral

CAPITULO IV

Ambos nos quedamos en silencio, mientras El Ingeniero no dejaba de mirar sobre su hombro, supervisando la marcha de los muchachos.

- Umbral... Esto es Umbral... es EL Umbral...
-En efecto, "Señor X", este es el Umbral por el que pasan los niños, todos aquellos que han muerto jóvenes.

No terminaba de comprender la situación, pero poco a poco las respuestas fueron emanando hacia mí: Para empezar, llegamos de la nada, no recuerdo ni cómo llegamos. Como si nada entramos a la primera casa que vimos y nos recibieron tan cordialmente, como si fuéramos personas que esperaban desde hace tiempo, o tal vez... porque éramos diferentes. No lo sé. Después la historia de nuestros anfitriones, nos contaron que los niños de ahí mueren a partir de los 20 y máximo llegan a los 25, los adultos que superaron esa edad equivalen a las personas que viven por arriba de los 100 años en nuestro mundo, porque estábamos en otro mundo, ¿verdad?, ¿O acaso si estábamos en un plano donde las cosas son normales como las consideramos?

No podía entender ni asimilar todo esto que, aunque había empezado ya hace un rato, ahora mismo bombardeaba mi mente anhelando respuestas. 

-Bueno pero, El Ingeniero, antes de irte, responde una pregunta que tengo para ti.- dije finalmente.
-Adelante, "Señor X", el tiempo aun apremia para mi entidad.
-Me han dicho que estos son niños que van a su muerte, pero ahora acabas de decir que todos ellos ya han muerto. ¿Cuál es la verdad de este lugar?, ¿Y si en todo caso de ser verdad que estos niños ya estaban muertos, entonces quienes son los adultos que viven en este Umbral?
-Bueno, no creo que venga al caso decirlo, pero para empezar usted ha hecho dos preguntas, y dijo que solo quería respuesta de una. Sabiendo esto, elija una pregunta.
-La segunda pregunta.
-Muy bien, los adultos de este lugar no son nada, no son más que elementos del entorno, creados para que los jóvenes que llegan aquí no se sientan tan miserables. Después de todo, el morir tan joven puede dejarte marcado incluso en este plano.
-Creo entenderlo...

Ahora todo se aclaraba un poco más, lo que El Ingeniero no pudo notar es que al responder mi segunda pregunta también me ayudó a responder la primera: no estábamos en la Tierra, tal vez sí, pero no en un plano normal. Pero El Ingeniero se equivocó en algo, los padres de este lugar sí representan algo: representan a la Tierra, al hecho inherente de que para no ser más que parásitos que pululan sobre su superficie como los percebes sobre los lomos de las ballenas, a fin de cuentas nacemos, crecemos y morimos en ella, acogidos en su lecho, haciéndola parte de nosotros y ella haciéndonos parte de su familia, por ende este plano representa también que tal vez nos vamos, pero al final algún día volveremos ("...esperamos que nuestro pequeño no tarde demasiado en regresar a la vida.").

Tal vez El Ingeniero no me dijo esto de manera intencional, tal vez esperaba que yo lo intuyera, después de todo él dijo conocer a TODOS, así que, ¿Por qué no saber que tengo habilidad para interpretar conversaciones o incluso canciones?

-¿Cómo salimos de aquí?- pregunté de nuevo- no me importa el número de pregunta, dímelo ya.
-Muy simple, "Señor X", no se necesita más que caminar en la dirección contraria de la marcha de los jóvenes. Avance sin parar hasta que llegue a la barrera de neblina. Solo entonces usted y su desvanecido primo podrán salir.

Al decir "desvanecido" de inmediato di vuelta. Ricardo yacía desmayado en el césped húmedo. Corrí hacia él y levanté su cabeza para tratar de hacerlo reacccionar. Al no encontrar respuesta, voltee de nuevo para pedirle ayuda a El Ingeniero, pero me di cuenta de que ya no estaba. A lo lejos pude distinguir su sombrero de copa que partía la niebla limpiamente.

-¡Adios, "Señor X", disfrute y viva su vida. Espero que pase mucho antes que deba ir por usted!

Dicho esto, se perdió de vista entre la densa niebla. Como pude, ayudé a Ricardo a levantarse, y lo cargué a cuestas llevándolo por la calle en la dirección opuesta de la marcha.

La niebla empezó a hacerse más densa, casi un muro tangible de humedad. Me detuve en seco, di vuelta y grité:

-¡Gracias por todo, Paul y Sonia!
No me quedé a escuchar respuesta, terminé de cruzar la niebla, era cada vez menos gris hasta que se volvió blanca, brillante, ya no como humedad sino como luz. Y finalmente...

-...zael!- dijo una voz- ¡Mizael!- gritó la voz.

Abrí los ojos y me incorporé lentamente, al hacerlo sentí un dolor punzante en el costado, y otro en la nuca. Al final pude ver todo con claridad. Estábamos en el puente de Pánuco, la tarde había avanzado y la noche esperaba para regir por unas cuantas horas. La motocicleta de Ricardo estaba tirada sobre la gran acera y apuntaba amenazadoramente a caer al río desde la altura. Pude recordar que íbamos los dos de vuelta a mi casa, Ricardo había ofrecido llevarme hasta allá en su motocicleta. Uno de los dos carriles del puente estaba cerrado por remodelación en la entrada del puente. Ergo, los autos debían turnarse para cruzar por un solo carril. Nosotros esperamos y cruzamos en nuestro turno, pero el conductor de un camión de redilas no lo hizo así, y se disparó violentamente hacia nosotros. Ricardo no dejó que el miedo se apoderara de él, no lo digo porque vi su rostro, sino por la acción que realizó: Lanzó la motocicleta contra la acera del puente, el impacto inicial nos lanzó hacia el mismo y a la parte superior de la motocicleta, pero la parte inferior fue aplastada por el camión. Ya no pude saber más pues el impacto inicial me lanzó contra uno de los barandales de concreto del puente y me golpeó la cabeza, haciendo que me desmayara.

Supuse que Ricardo tal vez estaba consciente todo ese tiempo, tal vez el único que entró a Umbral fui yo, o tal vez nunca entré y todo fue un sueño. Nunca lo sabré, le pregunté a Ricardo si recordaba algo, él dijo que no. Miramos a ambos lados del puente y las personas se acercaban a auxiliarnos, escuché como sonaban las sirenas de la policía que ya llegaba a auxiliarnos mientras varios conductores evitaban que el estúpido conductor que casi nos mata se diera a la fuga. Al final no quedamos más que con unos cuantos golpes y yo con una ligera contusión en la cabeza. Tal vez eso me hizo soñar con Umbral, como lo dije antes, no lo sé.

Ahora, mientras escribo esto, han pasado ya muchos años. Mis hijos juegan ahí afuera siguiendo mis órdenes: "Disfruten y vivan su vida". Escribo esto porque tal vez llegue el día en que este recuerdo abandone mi mente, o que llegue el día en que yo abandone este mundo. Así que espero que perdure en estas palabras, mientras espero la llegada de El Ingeniero.






miércoles, 11 de diciembre de 2013

Umbral

Capítulo lll

-       - ¿A qué se refiere con eso de que van a su muerte?- dije girando casi de inmediato hacía Paul, que miraba la escena como cualquier persona que ve un desfile escolar o de comparsas de baile.
-       -Es simple.- respondió Sonia- Como ya se los hemos señalado, a cierta edad de su adultez, los jóvenes que han dejado de ser niños deben partir de este mundo de forma desconocida. Esos jóvenes se unen a la marcha que ahora están viendo, un solo día al año y es entonces cuando parten con un guía desconocido en un viaje del cual no regresarán con su cuerpo actual.
-       -Antes nos dijeron que nunca han descubierto qué es lo que les causa la muerte a los niños. Y ahora nos cuentan sin problemas que el causante es un sujeto que se los lleva. Parece ser que se han contradicho ustedes mismos.
-       -Si, mira, si bien sabemos quién se los lleva, nunca hemos sabido por qué se los llevan cuando alcanzan esa edad promedio, solo sabemos que ese hombre les contó a los habitantes de Umbral que presenciaron por primera vez este fenómeno que era algo inevitable. Y que todo aquel que los siguieran regresarían con vida, pero sin recuerdo alguno, sin moción de la realidad, con una verdad que en realidad es una mentira.
-       -Dicen que incluso hubo casos de personas que olvidaron todo, incluso cómo respirar o cómo sentir dolor. Desde entonces nadie siguió tratando de seguirlos, se resignaron a perder a sus hijos tan jóvenes y la advertencia se fue pasando de generación en generación- concluyó Paul.

Para ese entonces su rostro ya no mostraba esa gélida- cálida sonrisa, se había vuelto algo angustiada y a la vez angustiante. Casi extrañaba su sonrisa artificial. Casi.

-       -Ok, supongo que para ese entonces la calidad de vida de las personas era más elevada, pero desde entonces ésta fue decayendo, ¿Correcto?
-       -Es una hipótesis aceptable...
-      - Y, ¿Hasta dónde llega la marcha, y dónde empieza?
-     -No lo sabemos, cuando la marcha empieza nadie sale, ni siquiera cuando “algo” misterioso obliga a salir a los niños de sus casas al cumplir la determinada edad y los hace unirse al grupo e irse a morir. Creemos que incluso salir a los jardines y forcejear con nuestros hijos califica como “seguirlos” o “evitar su partida”, lo cual nos provocaría olvidar todo o que nuestra mente fuera completamente erradicada. Cuando llega el momento, solo nos despedimos y esperamos que nuestro pequeño no tarde demasiado en regresar a la vida.

Ahora los rostros de ambos mostraban tristeza, asumo que por la partida de Faulkner, su hijo mayor. Fue entonces que me pregunté cuánto han de sufrir aquellos “longevos” padres que han tenido una estirpe de más de 100 hijos. Cuánto dolor no han tenido que soportar, y cuán grande debe ser su fe y esperanza para seguir viviendo, creyendo que después de tanto dolor aun puede haber algo bueno. De pronto mi mente se iluminó:

-       -Así que... son solo suposiciones, ¿verdad?- les pregunté a ambos- No saben realmente qué es lo que pasa si solo salen al patio a observar la marcha, ¿Cierto?

Ambos se miraron, y casi al unísono contestaron:

-       -No... no lo sabemos.
-    -Bien- respondí- supongo que no me hará gran daño salir al patio y tener una mejor vista del evento principal.

Casi antes de terminar, tanto la pareja como Ricardo, se me abalanzaron encima para evitar que saliera. No trataron de taclearme, no, nada cerca de eso, pero si trataron de sujetarme para evitar salir. Entre empujones y súplicas logré salir al recibidor y abrí la puerta. Casi de inmediato me golpeó una corriente helada de viento. Los escalofríos me subieron desde las piernas hasta los hombros como una descarga eléctrica, y supongo que la sensación de estar en un punto en el que los habitantes de Umbral consideraban “El punto en el cual tu mente será procesada en una licuadora”, me inyectó una fortísima dosis de adrenalina, pues de pronto sentí que podía derribar una muralla con el simple latir de mi corazón.

Empecé a avanzar hacia la calle, primero siguiendo el caminito de concreto, después directo sobre el césped que, por el ligero chasquido que hacía al pisarlo, supuse ya había sido impregnado con rocío. No había nubes en el cielo, en algún punto de la noche el gélido viento se las había llevado en dirección norte, así que la luz de la luna golpeaba de lleno la calle, remarcando el color blanco de las máscaras que llevaban los chicos y haciendo que el manto de niebla casi pareciese diamantina de plata.

Miré atrás, Ricardo ya estaba en la entrada y daba sus primeros pasos fuera, mientras que Paul y Sonia estaban agazapados en el marco de la puerta, viendo la escena de mi gran valentía (o gran estupidez, como quieran verlo). Me detuve justo en el punto en que la acera terminaba, e incluso mi presencia no hizo que los jóvenes voltearan a verme, parecía no sorprenderles que una persona presenciara el macabro desfile tan de cerca, lo cual era extraño pues era el primero en décadas que lo estaba haciendo. Delante de mí no había nadie, voltee a ver a Ricardo que ya estaba cerca, al voltear de nuevo al frente casi grito, pues frente a mí se cernía una figura alta envuelta en sombras, o en ropas oscuras. Escuché que detrás de mí Ricardo gritaba: “¡Ay, cabrón!”. Lo encontré lógico, pues si bien yo no vi el momento clave en el que el ente se materializó, mi primo en cambió si pudo verlo. Desafortunadamente, nunca pude preguntarle cómo fue antes de su partida.

-       -¡“Señor X”, pero si es usted!- me dijo la cosa con una voz tan suave que suprimió mi temor inicial- No esperaba encontrarlo aquí, en este día.

Entonces me estrechó la mano. Debido al repentino frío mis manos estaban heladas, pero al estrechar su mano sentí de pronto cómo se tornaban cálidas, y no porque su mano lo fuera, sino porque su mano estaba TAN HELADA que casi sentía cómo me quemaba. Los tres segundos del apretón de manos se me hicieron milenios (maldito Einstein y su jodida relatividad), pero una vez concluido, el fuego congelado cesó. Entonces lo vi un poco mejor: era alto, y llevaba una gabardina que cubría la mayoría de su cuerpo, llevaba guantes oscuros que hacían juego con su atuendo y en la cabeza llevaba un sombrero de copa muy alto. Este detalle haría que cualquiera que supiese quién es, de inmediato lo asociara con el Profesor Layton. Solo que a diferencia del ficticio Profesor, yo no podía ver su rostro, ni sus ojos.

-       -Disculpe la molestia pero, ¿Nos conocemos? Es que no recuerdo haberlo visto antes- le dije, con un poco de duda en mi tono de voz.
-       -No lo creo, “Señor X”, yo conozco a casi todos aquí. No me pregunte cómo lo sé, solo lo sé y ya. Por ejemplo, su acompañante de ahí atrás se llama Ricardo. Puedo llamarlo Rix.
-       -¿Yo qué?- preguntó Ricardo desde atrás.
-       -No es nada,- le contesté- estoy hablando con el hombre aquí presente... Disculpe, ¿Cuál es su nombre?
-       -Tengo muchos nombres, usted póngame el nombre que guste.

Supongo que es deducible cuál fue mi reacción al escuchar esto. Un poco dudoso accedí a jugar su juego:

-       -De acuerdo... ¿Qué le parece Michael?
-       -Suena estúpido. Mejor llámeme El Ingeniero- respondió al instante el individuo, que me irritó un poco al no seguir las reglas de su estúpido jueguito.
-       -De acuerdo, Ingeniero...
-       -Es “El Ingeniero”, por favor.
-      -¡De acuerdo, El Ingeniero!- se me olvidó que hablaba con alguien ajeno a mi realidad, a alguien que probablemente tuviese que ver con las muertes de los niños, pero igual ya no pude contener mi furia que, al principio ardió con fuerza, igual de rápido se apagó y regresó mi calma- Disculpe eso, es que...
-      -No hay tiempo para eso, “Señor X”, el tiempo es vital. El tiempo corre, pero no a mi favor. Debo partir con estos chicos.

De inmediato reaccioné:

-       -¡Espere! Entonces, ¿Es usted quién se los lleva para siempre?
-      -Bueno, mi labor es solo guiarlos, una vez cruzado el Umbral deben seguir hasta hacerse uno con el infinito y regresar materializados en carne distinta pero con misma alma, solo que pulida de sus impurezas pasadas, de esas cosas llamadas “recuerdos”.
-       -¿Ha dicho que ellos cruzan un Umbral?- le pregunté.
-       -Así es.
-       -¿Dónde está ese Umbral?
-       -Es aquí. Este es el Umbral... Este ES Umbral.


domingo, 8 de diciembre de 2013

Umbral

Capítulo ll

No terminaba de entender lo que acababa de escuchar, y por la expresión en el rostro de Ricardo supongo que él tampoco. El silencio se prolongó por al menos dos minutos durante los cuales nuestros anfitriones no dijeron nada, solo sonreían cálidamente. Durante ese ligero y a la vez eterno tiempo lo único que se escuchaba eran las manecillas del reloj que avanzaban para liquidar a la noche y resucitar el día, y el ligero crepitar de la leña en la chimenea.

-       Espere, ¿Eso qué significa exactamente? No termino de entenderlo...- dije después de permanecer meditabundo por un rato- ¿Cómo es posible que ustedes puedan saber eso de parte de sus hijos ANTES de que ellos nazcan?
-       Verá, “Señor X”, aquí en Umbral ocurre un pequeño detalle con los niños.
-       ¿Umbral?- preguntó Ricardo, poniendo la cara que pone alguien al escuchar un nombre que no cuadra o que simplemente es raro oírlo asignado a una localidad.
-       Así es, joven, este lugar en el que nos encontramos es Umbral- dijo Sonia- es un bonito lugar para vivir, pero el clima es muy crudo en invierno.

Sinceramente eso último no lo escuché, estaba muy ocupado pensando en que la señora había remarcado las palabras de su marido en lugar de corregirlo por un pequeño error. Estábamos en Umbral, un misterio menos, pero con el cual surgían muchos más... ¿Dónde se encontraba exactamente?, ¿Y cómo fue que llegamos aquí sin saber siquiera el nombre del lugar?

           
-       La verdad creo que nos gustaría saber un poco más sobre ese asunto, ¿verdad, Mizael?
-       Estoy de acuerdo.
-       Muy bien, déjenme contarles la situación: Aquí en Umbral lo que más abunda son los niños, cada familia tiene comúnmente hasta 7 hijos. La nuestra es de esas pocas excepciones, pues solo tenemos 4. Dos de ellos ya los conocen, Kal-El y Cheshire. Estudiando fuera tenemos a otro hijo, Faulkner.
-       ¿Y quién es el cuarto hijo?, ¿Dónde está?- preguntó Ricardo.
-       Está muerto- respondió tranquilamente Paul- murió hace ya dos años.
-       Y... si ya está muerto, ¿Por qué lo cuenta como presente?- les pregunté yo, un poco impactado por la tranquilidad con la que el hombre nos había dado la baja de su vástago.
-       Porque no pasará mucho antes de que regrese con nosotros- confirmó Sonia de inmediato.

No captaba bien, así que le dije a Ricardo que nos guardáramos toda pregunta y comentario para el final, que contaran lo que debieran contar sin interrupciones, tal vez así la información fuese más fácil de procesar.  

-       De acuerdo, la cosa es así: Pese a que en Umbral la población que conforman los niños es vasta, su calidad de vida deja mucho que desear. Como máximo, los niños de aquí, para ese entonces ya convertidos en adultos jóvenes, solo llegan a la edad de 20 o 25 años. Después de lo cual simplemente mueren. Nunca hemos entendido por qué, pero esto tiene ya muchisímo tiempo, así que para cuando nosotros llegamos a este mundo, esta situación ya era cosa vieja, y la gente se había resignado a ver morir jóvenes a sus hijos sin saber la causa exacta. Dado el poco tiempo que tienen para vivir, les dejamos tener la vida que quieran, y hacer lo que quieran, bajo un margen de respeto a nosotros claro está, y tratamos de nunca enojarnos con ellos. Los niños que deciden estudiar, como nuestro hijo mayor, lo hacen porque eso es lo que quieren, aunque la mayoría prefiere pasar sus pocos años de vida en casa y sin preocuparse por este asunto hasta que les quedan solo dos años de vida...


Cuando hubo terminado el relato de Paul no pude hacer más que pensar que el tipo estaba chalado o simplemente nos estaba tratando de jugar una broma pesada. Una vez que reflexioné sobre el asunto, disparé la primera pregunta:

-       Muy bien, lo que me dicen no tiene mucho sentido por algo, ¿Cómo es posible que ustedes sean adultos aparentemente sanos si la calidad de vida de este lugar es tan mala?, ¿Cómo es que ustedes dos y todos los demás adultos de este lugar han llegado tan lejos siendo que lo más común es que llegado el momento ustedes mueran a los 25 años como máximo?
-       Bueno, eso es debido a que solo unos pocos logramos vivir. Así como nosotros que solo tenemos 4 hijos somos considerados en Umbral una familia escasa, aquellos que logramos sobrevivir más allá de los 30 somos los considerados longevos. De donde ustedes proceden las edades tal vez sean distintas- respondió Sonia.

Tenía sentido. En el mundo hay personas que viven por encima de los 100 años (si más no me equivoco, la persona más longeva del mundo, una mujer de Brasil, tiene casi 115 años). Ahora bien, conforme pasan las generaciones el número de años que viven las generaciones actuales va decreciendo, esto debido a los malos hábitos a los que se somete al cuerpo. Actualmente la calidad de vida ha disminuido a los 70 años. Tal vez aquí en Umbral la calidad de vida haya disminuido tanto que las personas solo viven hasta la corta edad de 25 años. Es algo triste.

Al ver que no respondía de vuelta, Paul dijo:

-       ¿No tienen más preguntas?
-       Sí, yo tengo una- respondió Ricardo- Dijo que su hijo que ya está muerto pronto regresará con ustedes, ¿A qué se refería exactamente?
-       Bueno, es otro detalle más de este lugar: Aquí los lazos de la vida y la muerte son muy ligeros. Conforme pasan los años, los niños suelen volver a la vida, pero al hacerlo parten con otra familia, bajo otra apariencia o incluso del sexo opuesto al que eran antes de morir. Antes de volver, ellos recuerdan todo lo que vivieron con su familia, pero una vez que regresan su memoria se vacía para poder ser llenada con información y recuerdos nuevos. Esto lo sabemos porque en todos estos años ningún niño que haya vuelto ha dado muestras de recordar algo. Otra cosa que pueden hacer es comunicarse con nosotros, de esa forma, nuestros hijos nos pidieron que les pusiéramos los nombres que querían antes de que les borraran la memoria, de esa forma tal vez no recordarían nada, pero al menos llevarían en esa vida algo referente a cosas que les gustaban en su otra vida. A mi hijo le gustaba Superman, no a mí, igual que mi hija adoraba leer Alicia en el País de las Maravillas. Y por lo visto también saben cuál será su nueva familia, porque pueden comunicarse con nosotros de antemano.

-       Bueno, y si su hijo que ya ha muerto regresará pero con otra familia, ¿Por qué aun lo cuentan como suyo?

-       Porque aun es nuestro, aun muertos y después vivos con otras familias, ellos siempre serán nuestros hijos.- nos dijo Sonia- Nosotros somos nuevos en esto, por ende solo tenemos 4 hijos. En cambio hay familias cuyo número de hijos oscila entre los 100 y 150 niños.

Toda esa información tan confusa me hacía dar vuelta la cabeza. La expresión en el rostro de Ricardo me decía que no faltaba mucho para que su cerebro estallara por la cantidad de locuras que estaba procesando para una sola noche. Y mientras nos mirábamos uno al otro, allá afuera en las calles empezó a ocurrir algo. Se escuchaba una marcha de varias personas, pero no sabíamos cuántos eran, así que de inmediato nos levantamos del sofá y fuimos a ver por el gran ventanal, y nos quedamos asombrados ante lo que vimos. Ahí afuera iban marchando una cantidad impresionante de niños, iban en fila india y todos llevaban puesto lo que parecía ser una máscara de calavera. No hablaban entre ellos, y parecían ser guiados por nadie, pues no se veía ninguna figura de autoridad supervisándolos, pero por la forma en que marchaban tan sincrónica casi parecía que estuviesen rodeados de supervisores que esperan que cometieran el más pequeño error para reprenderlos. Estaban rodeados por una densa capa de niebla, casi parecía ser parte de una escenografía de la marcha.

-       ¿Ustedes saben qué pasa ahí afuera?- les pregunté.

-       Ellos ya parten de este mundo. Esos niños van rumbo a su muerte- dijo Paul tras nosotros.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Umbral

Capítulo I

          Y ocurrió de nuevo que me vi llevado por Morfeo al paraje de los sueños, donde las ilusiones son tangibles y el peligro no lo es. Iba acompañado por mi primo y amigo Ricardo, aunque ignoro por qué me había acompañado, quién había propuesto ir a ese lugar, o siquiera en qué lugar estábamos. El lugar parecía un barrio de los suburbios americanos, calles de concreto, césped verde frente a las casas de madera pintadas de blanco y árboles cuya altura era tan incalculable como el largo de la calle en la que estábamos. Era de noche, así que no podíamos ver mucho, ora si por la penumbra ora si por la densa estela de niebla que flotaba a nuestros pies.


          Tocamos la puerta de una casa sin saber que esperar, no sabíamos quien abriría ni de qué humor estaría, pero lo hicimos con la sencillez de alguien que de antemano no solo sabe que está invitado a tocar, sino que incluso lo esperan. Mientras abrían la puerta pude observar un poco mejor los alrededores de la casa: como ya he dicho era blanca, de dos plantas, tenía ventanales muy grandes con cristales tan pulcros que casi parecían ausentes, en parte porque la luz de la luna estaba envuelta por nubes color acero. El césped era de un verde vivo, lo que me hace suponer que era verano, pues no veía ningún botón de rosa a punto de florecer ni tampoco ningún árbol con hojas secas cayendo y danzando a merced de la fresca brisa que se sentía. Esto me hacía preguntarme con más empeño dónde demonios estábamos, pues de donde provenimos ahora mismo es invierno. No había arbustos ni en ese jardín ni en ningún otro, todos los frentes verdes eran de la misma altura y del mismo color. En el aire flotaba también el aroma del césped recién cortado, fue entonces cuando vi a un lado de la casa, oculta entre las sombras, una podadora roja, lustrosa, con las cuchillas aún goteando savia verde, se regía como un Dios de la gasolina esperando a ser venerado por aquellos que esperan la cosecha.



          Finalmente escuchamos pasos acercándose a la puerta, nos paramos adecuadamente mientras oíamos el rechinar del suelo de madera al ceder ante los pasos de nuestro aún incógnito anfitrión. Cuando abrió la puerta de par en par, pudimos ver que era un hombre de mediana edad, de piel clara y pelo castaño, complexión media, vestido con unos pantalones de tela de una tonalidad verde opaco, con un suéter ligero café oscuro con rombos tejidos en blanco y pantuflas negras. Nos recibió con una sonrisa y dijo, dirigiéndose a mí:



          -Oh, “Señor X”, que bueno es tenerlo aquí finalmente. Por favor disculpe la tardanza, estábamos dando los detalles finales para recibirlo. Por favor pase.


          De más está decir que tanta amabilidad me sorprendió tanto a mí como a Ricardo, nos recibieron con la misma enjundia con que recibirían a un pariente lejano. La otra cosa que me tomó por sorpresa fue que se refiriera a mí como “Señor X”, yo solo soy un adulto joven de 20 años, es más, incluso parezco un crío de 14 años. Y mi nombre es Mizael.


Nuestro anfitrión, de quien no conocíamos aún su nombre, nos llevó en presencia del resto de su familia, conformada por su esposa (una bella mujer de cabello suelto y oscuro como el vacío, complexión delgada y vestida con un atuendo semejante al de su esposo que solo desvariaba en cuanto a la combinación de colores, siendo estos un poco más vivos y alegres), sus hijos (un varón, claramente mayor, y una niñita que aparentaba unos cinco años, ambos con cabello del mismo color que el padre y ataviados en pijamas con estampados de dibujos animados), todos muy sonrientes, tanto así que casi se sentía incómodo, tanto así que la línea que separaba esas sonrisas cálidas y sinceras de convertirse en sonrisas glaciales y calculadoras era muy, pero muy delgada. El hombre dijo:



          -Adivinen a quién me encontré en la puerta de entrada... ¡Al “Señor X”!

          -¡Hurra!- gritaron al unísono. Los rostros de los niños se iluminaron como se iluminan al ver a Santa Claus en el centro comercial. Su madre solo sonreía y veía a sus hijos con la satisfacción con que una madre ve a sus hijos emocionados por algo tan común para los adultos y tan mágico para los niños.

Aun no me quedaba en claro nada: por qué entramos a una casa que no conocíamos, por qué habíamos sido recibidos en la susodicha casa como si ya nos estuvieran esperando, por qué los niños y los padres se veían tan ansiosos y felices por recibirnos, y más importante aún, por qué habíamos ido a parar a ese barrio tan tranquilo y a su vez tan inquietante.

          -Paul, por favor, no seas descortés con el acompañante del “Señor X”, ni siquiera has reparado mucho en él- dijo la mujer finalmente-.

          -Oh, es verdad Sonia. Por favor disculpe mis pésimos modales, señor...

          -Ricardo. Puede decirme Rix.


          -Oh, pero que sencillez tan galante tiene su acompañante, “Señor X”- dijo Paul después de lanzar una sincera carcajada de alegría.


          Estaba a punto de decirles que mi nombre real era Mizael, pero lo vi como un caso perdido, como contemplas la situación al discutir con alguien que enardecidamente defiende su punto de vista, aún cuando este ya ha quedado anulado. Simplemente te das cuenta que no tiene caso decir nada.

          -Bueno, creo que es mejor que los niños se vayan a acostar- dijo Sonia- Apenas al oír “...que los niños se vayan a...” estos empezaron a protestar ruidosamente- Niños, ya es muy tarde, recuerden que acordamos que podían esperar la llegada del “Señor X”, pero mañana podrán conversar con él, hoy tenemos que aclarar algunos asuntos con él.

          -Muy bien, Kal- El, Cheshire, vayan a sus cuartos ahora mismo. Más tarde su madre subirá a contarles un cuento- Esto último los hizo cambiar un poco de humor y, tras despedirse de mí y de Ricardo, ambos subieron las escaleras brincando y cantando.

          Podría haberme enfocado en los niños subiendo tan alegremente, o en consultar algún reloj a la vista para saber que tan tarde era. Pero no podía enfocarme en nada después de escuchar los nombres de sus hijos. Uno escucha de casos así en la televisión o incluso en el diario, pero siempre ocurren en lugares lejanos y uno nunca espera que le toque presenciar algo así. Después de que se me pasó la sorpresa, les dije a ambos:

          -Vaya pintorescos nombres que tienen sus hijos. Supongo que usted debe ser gran fanático de Superman- dirigiéndome a Paul- y usted de Lewis Carroll- ahora hacía Sonia.

          -Oh no, yo ni siquiera conocía a Superman hasta que mi hijo me habló de él, y mi esposa nunca había escuchado del Gato de Cheshire hasta que nuestra hijita nos platicó de él y de lo mucho que le gustaba ese personaje.

          -No entiendo, ¿Es que acaso les pusieron esos nombres a sus hijos hasta que empezaron a hablar?- preguntó Ricardo, que hasta entonces se había mantenido a raya de la conversación.

          -No, nada parecido, eso sería descabellado. Ellos nos dijeron que querían llamarse así incluso antes de que nacieran.

          Ambos nos quedamos mudos, y a pesar de lo cálido que era aquella casa, pude sentir como un escalofrío me subía por la espalda.






domingo, 6 de octubre de 2013

El mensajero de la muerte.


Nueva York. Aquella mañana de agosto hacia un clima hermoso: brillaba el sol, y las nubes galopaban sobre el inmenso firmamento azul del cielo. La mañana se regía orgullosa sobre los inmensos rascacielos, a punto de dar paso a una tarde que no podría opacar a la mañana, e igualmente no sería nada despreciable para sentirse.

En Fifth Avenue, una de las zonas turísticas más importantes de la ciudad, se erigía un pequeño edificio de apariencia rustica, que contrastaba magistralmente con los titánicos edificios que lo miraban desde lo alto del cielo. También el contraste destacaba con el hecho de parecer una vieja posada que poco o nada debía hacer ahí; parecía algo más propio de Queens.

En efecto, era una vieja posada, de cinco pisos, en la que solo habitan, contando al casero, once inquilinos. Hace ya mucho que no había nuevos vecinos, y desde hace mas de 2 años que la vieja señora Moore se había mudado con su hija a Kansas. Fue doloroso verla partir, pues les caía bien a todos, y eran como una gran familia. Aquella mañana, fue una gran sorpresa para todos volver a ser doce personas.

El señor Joseph Evans era nuevo en aquella ciudad, no tenía hijos que lo cuidaran, y su única compañía, y que en verdad apreciaba, era la de Luthor, su perro lazarillo de la raza de Cobrador de Labrador, pues el pobre anciano era invidente.

-          -Muy buenos días tenga usted, señor Evans- había dicho Frank Stevenson, el casero de aquella posada- espero su viaje haya sido placentero.
-          -Buen día tenga usted- dijo en tono cansado el anciano-, gracias, si, estuvo muy bien. Mi querido Luthor nunca me ha decepcionado, y nunca me ha expuesto al peligro de los autos ni de los barrios inseguros.
-              -Si no le molesta, usted residirá en el número 27, del segundo piso.
-              -Ninguna molestia, señor Stevenson. Mientras más cerca de la planta baja, mejor.

Dicho esto, esbozo una sonrisa, aun sin esperar una del señor Stevenson. Afortunadamente, aquel hombre era tan agradable como alguna vez lo fue la querida señora Moore. De este modo, correspondiendo a su sonrisa y estrechando sus manos en señal de paz, Frank y el señor Evans sellaron el trato de su estadía.
En el transcurso de la tarde, Frank se encargo de presentar al señor Evans con el resto de los inquilinos. Así que los cito a todos a la sala principal y una vez allí, la mayoría pudo confirmar que aquel hombre, a pesar de no saber cómo eran sus rostros, o saber siquiera si seguían ahí, era sencillo y agradable. No representaba ningún problema que se quedara.

Esa tarde, el señor Evans pudo conocer a la familia Masen, compuesta por Erik, Rose y su hija de nueve años, Serena; a la agradable pareja de ancianos compuesta por Richard y Lois Granger, y a pesar de que Joseph Evans ya tenía sesenta y cuatro años, no eran nada comparado a los setenta y ocho de la pareja; por último, Joseph también fue presentado con Liam Thomas, un hombre corpulento de treinta años, soltero.
Falto por ser presentado a los estudiantes Gordon Sullivan y a su amigo Ethan Crowley. Ambos estudiaban en la Universidad Cornell, y cursaban ya su ultimo año en la misma. Esa tarde estaban ausentes debido a sus deberes escolares. Al igual que a los universitarios, Joseph Evans no pudo conocer a la pareja veinteañera de Adrien Lewis y a su novia Dawn Smith; vivían juntos y ya tenían pensado comprometerse. Probablemente andarían en una cita.

La noche llegó, e inesperadamente un viento frio empezó a soplar desde el sur. Pese a esto, la noche transcurrió con tranquilidad, al menos hasta las tres de la mañana. Inesperadamente, Luthor, el perro del señor Evans empezó a aullar. Pero no era un aullido normal, era un aullido que el animal extendía por alrededor de veinte segundos, fuerte y profundo, capaz de penetrar en el corazón del hombre más valiente, y con extrema facilidad en medio de ese velo de oscuridad, que en gran medida gracias al silencio, resultaba escalofriante.
Fueron tres los aullidos que el perro lanzo, aunque no consecutivamente. Esperaba en intervalos de dos a tres minutos antes de lanzar otro tétrico aullido. De más esta decir que esto molesto a los inquilinos, que furiosos, fueron a reclamar al señor Evans. Antes del segundo aullido, la familia Masen, Adrian y su novia y Liam Thomas estaban en su puerta, tocando para obtener respuesta.

-          -Oiga- había dicho colérico el señor Masen-, será mejor que calle a ese perro. No se usted, pero nosotros tenemos cosas que hacer apenas amanezca.
-          -Erik, creo que deberías ser un poco más amable- le dijo su esposa tocándole el hombro-, solo piensa que él es nuevo en la ciudad, no tiene a nadie más que a su perro, tal vez para el esto sea algo normal.
-           -Su esposa tiene razón- dijo el señor Evans, haciendo que sus vecinos saltaran de la impresión.
-          -¿Usted puede oírnos?- pregunto Thomas.
-      -Claro que puedo, ¿nunca han oído que al perder un sentido una persona, tiende a desarrollar otro en compensación del que perdió?

El señor Evans hablaba como si sus vecinos estuvieran a su lado, aunque su cama estaba a casi cinco metros de donde estaba la puerta que  separaba el oscuro umbral de su habitación del pasillo iluminado en el que se encontraban sus vecinos.
-          -Ténganle paciencia, estoy seguro que se cansara produciendo esos aullidos tan largos.
Mientras decía esto, Luthor estaba ya terminando de aullar por tercera vez. Esperaron otro rato, pero ya no hubo más que silencio.
-          -¿Ya lo ven- dijo el-, no les dije que se cansaría?

Como no queriendo convencerse, los inquilinos se retiraron a sus respectivos aposentos, entre bostezos y musitaciones. Claro que sería una novedad al día siguiente. No todos los días, un lazarillo aullaba tres veces a las tres de la mañana.
Los días siguientes transcurrieron normales, con idas de los inquilinos de aquí a allá que el señor Evans no veía, pero podía sentir en su alrededor. Ese día, al notarlo tan solo, Frank lo invito a jugar algún juego de mesa. Parecía una broma cruel, pero no para este ciego. El señor Evans reconocía con facilidad las piezas del ajedrez, y sabía con exactitud como movía sus piezas, nunca dejando una a mitad de dos cuadros en una jugada. De cinco juegos, el seño Evans venció a Frank en dos.

-          -En verdad que hacía ya un tiempo que no me divertía así- dijo con una sonrisa en su cara- pero, ¿podemos probar con algún otro juego?
-          -Bueno, solo me quedan un juego de parchís, y unos tres o cuatro juegos de rompecabezas- dijo el casero.
-          -El parchís nunca me ha gustado, pero podría tratar con un rompecabezas tal vez.
-       -Oh, bueno señor Evans- dijo Frank- debo admitir que es un excelente jugador de ajedrez, pero este siempre es igual, siempre las mismas piezas y el mismo número de cuadros. No es el caso con un rompecabezas; tardaría días en resolver uno.

Esperando que el  señor Evans le riñera por su crítica y su falta de confianza en las destrezas de otras personas, quedo sorprendido al ver que el hombre frente a él solo se reía. Reía con fuerza.

-        -Bueno- dijo Joseph al fin-, no se tu, pero yo no tengo prisa. Anda, alcánzame uno y ya veremos de que cuero salen más correas.

Ambos rieron, mientras Frank le alcanzaba un rompecabezas al anciano. Afortunadamente, Frank tenía uno que era para niños pequeños, de solo quince piezas. La imagen a formar era el simpático dibujo de un gatito.
Frank vio como su inquilino tocaba con sus dedos los bordes de las piezas, buscan los lados que no tuvieran ninguna pestaña o una marca para ensamblar las piezas. Buscando las piezas con bordes lisos, las dispuso para ver cuáles de ellas eran parte de los lados de la imagen. Y después de una hora de intenso análisis, pudo ensamblar y armar el rompecabezas.

-          -No ha sido difícil, Frank, estoy acostumbrado a reconocer objetos con solo tocarlos.

Y así prosiguió el señor Joseph, resolviendo los demás rompecabezas, mientras los días avanzaban y Agosto daba paso a Septiembre. Su desafío final fue un rompecabezas de 120 piezas, que mostraba la fotografía de un chimpancé bebe, que tenia posada su mano derecha sobre su rostro, dejando el rastro de sus dedos sobre su boca. Aunque empezaron a buen ritmo- porque el mismo Joseph admitió que era un desafío muy grande y solicito la ayuda de Frank- no pudieron completarlo, dejándolo a poco mas de la mitad de terminarlo. Sin embargo, la calma se vio perturbada por un acontecimiento trágico: el día primero de ese mismo mes, Serena Masen, la hija del matrimonio de Erik y Rose, murió de un infarto mientras dibujaba en el piso de su hogar. Sus padres estaban destrozados, y también muy  desconcertados, pues su hija tenía una salud envidiable que superaba con creces a la de sus padres.

La calma empezaba a volver, hasta que súbitamente, tres días después de la muerte de Serena, Richard Granger, esposo de Lois Granger, tuvo una estrepitosa caída por la escalera principal. Al parecer, sus pies tropezaron contra varios de los pliegues de la gruesa alfombra del tercer piso, desplomándose hacia adelante, y tras rodar varia veces, cayó mal apoyado sobre su cabeza, y se rompió el cuello. El crujido rápidamente ahogo sus desesperados gritos de ayuda. Su cuerpo quedo tendido en el piso del salón principal, mientras sus ojos sin vida seguían entornados hacia arriba y un hilillo de sangre empezaba a brotar de su boca. Su esposa, inconsolable, se marcho a vivir con su hijo a la zona de Manhattan. Dos semanas después del accidente, mientras Liam Thomas se encontraba cenando, no mastico bien un pedazo de filete, que se le atasco en la garganta y, necio a ser expulsado, termino con la vida del pobre hombre a causa de asfixia. Cuando encontraron su cuerpo, era claro que desesperadamente trato de salvarse: en la escena estaba un vaso roto que contenía agua y que ahora ya estaba sobre la mesa, empapando el mantel, asimismo la mesa estaba hecha un desastre y Liam se encontraba tirado hacia un lado, con el rostro pálido y lagrimas en sus ojos. También le escurría un poco de saliva por el borde de la boca, que ya empezaba a formar un pequeño charco en el piso.

Las noticias sobre estos accidentes volaron tan rápido que nadie más en un buen tiempo quiso ser inquilino de aquella posada, pues era mucha coincidencia que todo hubiera pasado en el mismo lugar y con poca diferencia de días. Los inquilinos restantes, temían por su vida, pues sentían que “algo” los estaba cazando, “algo” esperaba el momento para destinar sus almas a la perdición, seleccionándolos y matándolos con saña como si fueran ganado, que va a ser servido a los espectros del infierno, y sus entrañas a los buitres.

Afortunadamente, no ocurrió nada, y la tranquilidad se restableció a mediados de Octubre. Pero, como si cruelmente estuviera esperando a que sus víctimas se despreocuparan para iniciar su nueva matanza, el terror volvió a llegar, una fría noche, a la una de la mañana.

El señor Evans se había acostado temprano esa noche, a las ocho para ser exactos, cuando su sueño fue perturbado por su perro. Luthor volvió a las andadas. Empezó a aullar, muy fuerte y estridentemente. Los inquilinos estaban furiosos, pues no estaban pasando una bonita temporada con los sucesos pasados, así que de inmediato Erik Masen salto de su cama para ir a reclamarle al viejo Joseph.  El aullido de Luthor fue largo, de unos 30 segundos, pero al final solo fue un aullido el que lanzo esa noche.
No sabiendo si estaba asustado o nervioso, el señor Masen se volvió a su departamento, primero apretando el paso y después casi corriendo, sintiendo como se le erizaba la piel de la espalda y con esa sensación de que alguien, entre las sombras, te sigue.

Después de aquel aullido, pasaron dos semanas antes de que el terror se manifestara de nuevo. Esta vez, la víctima fue Dawn Smith, la novia de Adrien Lewis. Mientras este último se encontraba viendo la televisión, Dawn estaba en el baño terminando de ducharse. Antes de salir, después de cepillarse los dientes, la chica resbalo a causa del resbaladizo piso de linóleo, y se asesto un buen golpe en la cabeza con el lavabo, sangrando profusamente y sufriendo por unos cuantos instantes, hasta que la muerte finalmente se apiado de su dolor y vino por ella. Adrien fue quien descubrió el cuerpo de su novia, y, sin poder articular palabra, empezó a gritar tan fuerte, que el primer grito lo escucharon en todo el edificio. Permaneció casi tres días sin hablar y dormir, pues el impacto fue demasiado. Ninguno de los dos había tenido antes pareja, y cuando se conocieron al fin, casi de inmediato acordaron que querían casarse. Lloraba de impotencia al ver sus sueños truncados por su repentina partida de este mundo.

Un día, los inquilinos restantes se citaron en una junta de emergencia, a la que Joseph no fue rectificado de asistir. El motivo era simple: creían que el perro algo tenía que ver.
-          -Disculpen, comprendo su dolor, pero esto me parece absolutamente ridículo- fueron las palabras de Frank, quien no daba crédito a las teorías de sus inquilinos.
-     -¡Por Dios, Frank, abre los ojos!- dijo el señor Masen- ¿No te das cuenta de que cada vez que aúlla ese perro alguien en este edificio muere?

-        -Es verdad, señor Stevenson- dijo el joven Gordon Sullivan- solo piénselo; la primera noche, aulló tres veces, a las tres de la mañana. Y curiosamente el perro ya no aulló mas, hasta después de que tres habitantes fallecieron. Y hace poco, solo aulló una vez, a la una de la mañana, y falleció la señorita Smith. Cualquiera pensaría que es la mayor coincidencia de la historia que jamás ha pasado, pero los que aquí vivimos no lo creemos así.

-         -Además, Frank, debe usted saber que desde hace mucho, el aullido de los perros ha sido asociado a los espectros, pues dicen que tienen un sexto sentido, y también a su aullido se le asocia a la muerte.- dijo sombríamente la esposa de Erik Masen.

-         -Escuchen, creo que hablo por todos cuando digo que no queremos causarle daño a ese hombre ni a su perro, solo queremos que se marche- fueron las fuertes palabras de Adrien Lewis, quien aún sentía dolor en su corazón- ¿O es que acaso esperan a que ese perro aúlle otras siete veces y nos mate a todos, incluido su dueño? 

Tras un buen tiempo de meditación, Frank decidió que seria mejor hacerle caso a sus inquilinos, e informarle al buen Joseph Evans que debía retirarse del edificio. Cuando subió al cuarto del anciano, se sorprendió al verlo hacer su maleta.
-          -Pero, Joseph, ¿Qué esta haciendo?- pregunto sorprendido ante su invidente inquilino.
-     -He podido escuchar su conversación, allá abajo. No los culpo por tener sus conjeturas sobre mi buen Luthor, a mí también me pareció mas que una coincidencia que sus aullidos estuvieran relacionados con las trágicas muertes de mis vecinos. Así que, creo que lo mejor será que nos vayamos. Ya pensare después donde podre quedarme.

Frank se sentía muy triste, pues nadie antes le había resultado tan buena persona, ni se habría molestado en usar su tiempo con el, divirtiéndose como si se conocieran desde siempre. Al mismo tiempo, sentía una grata sensación de alivio, pues no tuvo que ser el mismo quien despachara al buen hombre, y también porque por fin esta pesadilla llegaría a su fin. Aquella charla paso tranquila, convirtiendo la mañana en la tarde, al dar la una en punto. Justo cuando Joseph no podía sentirse mejor, Luthor lanzó un aullido que más que perforar en su corazón, sintió que le debilitaba todo su cuerpo. Ese último aullido lo puso nervioso, pero si todo seguía un patrón de conducta, por ser la una de la tarde, solo un aullido seria lanzado. Aun aquella noche, mientras dormía, de su mente no podía salir aquel sombrío pensamiento: “Me mató, oh Dios, me ha matado”.

A la mañana siguiente, todos se preguntaban si Frank había cumplido con su deber. Fue tranquilizante ver salir al señor Evans junto con su perro, hacia la calle a eso de las doce y cuarto del día. Antes de partir, Frank nunca podría olvidar las palabras que dijo el anciano:

-          -Ese rompecabezas, Frank, no lo desarmes. Al contrario de los demás, no fue concluido. Así que guárdalo, y algún día volveré, y podremos terminarlo juntos, porque así fue como lo iniciamos. Juntos.

Dicho esto, enfiló su camino hacia la atestada calle, y entre la multitud se perdió, para no ser visto de nuevo.
Al día siguiente, Frank Stevenson recibió una visita inesperada. Era un oficial de policía, que venia a reportarle una notica que le rompió el corazón: exactamente a la una de la tarde, quince minutos después de salir de la posada, Joseph Evans, guiado por Luthor, cruzo la calle, sin poder presentir que su perro ignoro el paso de los autos y sin poder sentir la cercanía de un autobús de pasajeros, que a pesar de intentar frenar, nada pudo hacer para detener su marcha, y arrollo al señor Evans y a su perro. Ambos murieron.
Para Frank Stevenson fue muy claro lo que el aullido que Luthor lanzó el día anterior quiso decir: era un aullido final.